El traductor… ¿nace o se hace?

Hola:

El saludo va dirigido a todo aquel que lea estas divagaciones; divagaciones, en su tercera acepción del DRAE. Por supuesto, saludar debe ser lo primero, pues como dicen: «El saludo no se le niega a nadie». Disculpas anticipadas por lo personal de los pensamientos, pero tómenlo como una presentación en el sentido de un quién soy en mi vida laboral.

Me gustaría abrir el blog con una entrada dedicada a cómo llegué a ser traductor, en concreto, traductor jurado de alemán, traductor de inglés a español y revisor de textos escritos en español. Además, también me gustaría (querer es poder) que participen y cuenten cómo han sido sus experiencias.

Vamos, siéntense que empieza esto. ¡Atentos! 🙂

Érase una vez, un niño de 9 años que se aburría en sus clases del colegio público hasta que su profesora —¿las seguirá habiendo así de preocupadas por su alumnado?— le propuso algo a los padres del pequeño. Esa proposición, no indecente, era simple, pero requería un esfuerzo; un gran esfuerzo. Dijo: «¿Y si intentamos que el niño entre en el Colegio Oficial Alemán?». Dicho y hecho —no fue tan fácil, pero para resumir. Tras superar unas pruebas de admisión, ese niño ya con 11 años inició su idilio con los idiomas. Ese niño soy yo.

Desde entonces, siempre he estado rodeado de palabras. Ellas me atacan, yo contraataco. El colegio empezó convenciéndome de que el alemán era magnífico. Lógico, estaba aprendiendo un idioma, que además no era inglés, lo que le daba cierto exotismo al asunto. Así que mis alabanzas diarias al alemán y a lo que aprendía en el colegio hacían que el esfuerzo valiese la pena. Sin embargo, allá por 1.º de bachillerato, me topé con una magnífica profesora de español. Lengua siempre había sido una asignatura de las de nota, pero me gustaban más otras como Historia o, incluso Química, sí, Química, no me he equivocado. Pero —y aquí se demuestra que la importancia de tener un buen profesor que sepa motivar a los alumnos es determinante— el español empezó a cautivarme. Me gustaba hasta el análisis sintáctico. Entre complementos predicativos y calambures terminé la formación en el colegio con dos selectividades, el Abitur y la selectividad española. No quise irme a Alemania y había que tomar la decisión ¿de mi vida? De la laboral, al menos, sí…

Licenciatura de Traducción e Interpretación (TeI) era el nombre de mi primera opción para entrar en la universidad. ¿Por qué? El traductor… ¿nace o se hace? Con 18 años, mi mente fue capaz de pensar (menos mal) que si las asignaturas que más me gustaban eran Historia, Español y Alemán, algo había que descartar. A partir de este pensamiento, la pobre Historia fue eso: «historia» para mí. TeI conjugaba bien las otras dos, así que White and in bottle: milk.

Entonces, ¿existe la vocación? Pienso que no. Si no se entremezclan todas esas circunstancias que he contado, no hubiese sido traductor o, al menos, hubiese habido un número menor de posibilidades. No entiendo a aquellos que dicen que son esto o lo otro por vocación. Otra cosa será que te dediques a una profesión porque te ha gustado desde hace tiempo; esto vale. «Soy profesora por vocación». Eres profesora porque hiciste Magisterio, hiciste un máster o pasaste unas oposiciones y has tenido plaza, por ende, esfuerzo, estudio o suerte, por ejemplo. Desde luego, puede que tu profesión sea una u otra porque te ha gustado desde hace tiempo y has luchado por conseguir ser eso, pero, no sé, la vocación no se lleva bien conmigo. 🙂

También hay muchos, en el caso de TeI por ejemplo, que empezaron la carrera por motivaciones parecidas a las mías = me gustan los idiomas y quiero trabajar con ellos… y ahora aborrecen la traducción. Y ¿por qué se llega a esta última situación? Pues la razón principal, entre otras, me parece bastante simple: saber idiomas no es traducir. Posiblemente, traducir requiere una serie de características del traductor prácticamente indispensables para su práctica… la de traducir, digo (ya saben: estar sentado varias horas desgranando y desmembrando frases, ser jefe, organizador y gestor de proyectos, etc.).

Y, así, me convertí en traductor jurado de alemán. Ahora me gusta más el español que el alemán, pero sobre todo, me gusta traducir o revisar textos. Me gusta escribir y poder expresarme gracias al intento cada día de dominar la palabra —que para eso está, por cierto. Parece que a algunos traductores y profesionales que están envueltos en palabras a diario se les olvida que no dominan el idioma nativo por el mero hecho de haber estudiado una carrera relacionada. ¡No! Debemos dudar mucho más de nuestras frases: ¡nuestros textos lo agradecerán! En la sociedad que estamos es un logro hacer que la gente pueda entenderse. Esto también lo consigue un traductor con sus trabajos y, por supuesto, un intérprete.

¿Y ustedes? ¿Cómo llegaron a ser traductores? ¿Preferirían tener otra profesión?